28 poemas minimalistas by Josef Amón-Mitrani

28 poemas minimalistas by Josef Amón-Mitrani

autor:Josef Amón-Mitrani
La lengua: spa
Format: epub
editor: Universidad del Norte
publicado: 2017-11-15T00:00:00+00:00


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AJEDREZ

Podría, intentando lo de Borges,

hablar del ajedrez como lo que es, realmente, el ajedrez:

una pregunta metafísica:

“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía? ”

O podría, intentando lo de muchos,

hablar del ajedrez como una metáfora de la vida,

o de la vida como una metáfora del ajedrez.

Pero prefiero no.

Prefiero, como ahora casi siempre prefiero,

escribir suave, lento, tranquilo, sobre las cosas tranquilas

que voy aprendiendo, viendo, por ahí, todos los días.

Hace algunos meses comenzó mi obsesión un poco enferma

por aprender a jugar al ajedrez,

y leí, en las primeras tres semanas, dos libros bellísimos

sobre cómo tratar a los peones, “la estructura de los peones”,

y sobre las distintas formas de abrir un juego,

“la aperturas” y todo eso…

Y sí, el ajedrez

(lo supe incluso antes de aprender a mover las piezas)

es un juego hermoso porque

es, sobre todas las cosas que se podrían decir,

un juego con voz, un juego con alma.

Siento, y solo puedo decir lo que siento sobre el juego,

que el ajedrez

no está hecho

para personas inteligentes (como cree la mayoría de la gente),

pues si algo tiene alma (como una torre blanca, por ejemplo)

no podría estar hecho para personas inteligentes,

no estaría hecho, por ejemplo,

para el físico que dictara clases en Harvard

y dijera a los cuatro vientos: “No creo en Dios porque no lo veo”.

Siento, más bien, que el ajedrez es sólo algo muy hermoso

y muy difícil -como todas las cosas hermosas-

donde se debe aprender, aprehender,

el tipo de movimientos

que puede y que quiere hacer cada pieza:

“el alfil (en inglés the bishop, “el obispo”) puede y quiere hacer

/tal y tal”,

“el caballo (en inglés the knight “el caballero”) quiere hacer

/tal y tal”…

Todas las cosas que tienen alma, que tienen voz, pienso,

hay que tratarlas desde su voz, desde su alma,

no como tratan a las cosas las personas inteligentes

(ese es, creo, todo el punto).

Es decir: nos enseñaron en el colegio

que a las mujeres no se les pega un puño en la cara

porque “el ser mujer” (el alma, la voz)

no acepta puños en la cara.

Al rey, entonces, no se le saca a pasear

por las primeras filas en las primeras jugadas

porque su alma, su voz, no acepta ese paseo mañanero.

El ajedrez, siento, se trata de saber qué quiere hacer cada pieza,

y para saber qué quiere hacer cada pieza

hay que aprender a escucharlas

(ese es, creo, todo el punto).

Aprendiendo eso, a escuchar al difícil ajedrez,

he aprendido algunas aperturas bonitas

y algunas formas de ataque para el medio juego:

“el tenedor”, por ejemplo, que normalmente

lo hace el espíritu doble de un caballo,

es esa idea fosforescente de amenazar

a dos piezas al mismo tiempo;

también aprendí a clavar una pieza,

normalmente desde la voz del alfil,

para inmovilizarla: si mueve el caballo, por ejemplo,

mi alfil captura a su dama… y así.

Aprendí (ya quiero que salga completo este poema, Dios mío,

tengo el cráneo bastante roto ya)

esa cosa linda de poder pensar en un jaque a la descubierta:

destapo una pieza mía para que otra pieza,

la que estaba detrás,

amenace al rey.

A controlar el centro desde el inicio del juego, aprendí.

El porqué un poco místico de enrocar, aprendí,

y a desarrollar mis piezas menores desde las primeras movidas.



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